EL DR. FARÍAS, SAMUEL SMILES Y LA COMPAÑÍA DE LOS LIBROS

Prof. Carlos Canta Yoy

lunes 8 de febrero de 2021 - 12:07

Retirado en la paz de estos desiertos,

con pocos, pero doctos libros juntos,

vivo en conversación con los difuntos,

y escucho con mis ojos a los muertos.

 

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,

o enmiendan, o fecundan mis asuntos;

y en músicos callados contrapuntos

al sueño de la vida hablan despiertos”.

 

FRANCISCO DE QUEVEDO Y VILLEGAS

(1580-1645)

 

 

Dedicado a la memoria del Dr. Amadeo Luis Farías, Rector del Instituto de Capacitación Aduanera (ICA) e inolvidable amigo.

 

 

Debo al Dr. Farías muchos de mis conocimientos como profesor, especialmente en cuanto a la práctica y a la ética de la profesión docente. Pero debo muy especialmente al Dr. Farías el conocimiento y la admiración por Samuel Smiles.

 

En estos últimos veintiocho años de mi relación como docente con el ICA, las muy amenas charlas con el Dr. Farías, mano a mano, a solas, no han sido para mí sino un aprendizaje continuo y el placer de la conversación con una persona con la cual he tenido tantas coincidencias y puntos de contacto. Generalmente comenzábamos a hablar de temas de la docencia pero terminábamos siempre hablando de todo, especialmente de temas relativos a la cultura. Un día me dijo que yo era el prototipo que describía Samuel Smiles: el hombre es su carácter.

 

Me contó una vez el Dr. Farías que trabajando en el Correo de la Aduana de 12 de la noche a 6 de la mañana, había momentos en que tenía tiempo libre y lo aprovechaba para leer. En su juventud el Dr. Farías leyó y admiró a Smiles, especialmente por su libro “El Carácter”, libro que por aquellas cosas inexplicables de la vida perdió, sea por prestarlo (dice el refrán gaucho que ni la guitarra, ni la mujer, ni el caballo deben prestarse) o por cualquier otro motivo. Lamentaba mucho no poder reencontrarlo en ninguna librería. Lo había buscado infructuosamente por todas partes y no lo había podido encontrar. A pesar de que era un ejemplar totalmente agotado y prácticamente inexistente en todas las librerías consultadas pude conseguirle a través de Internet y hacerle llegar un ejemplar editado en 1929 que encontré en una casa de venta de libros usados allá por el Partido de San Martín. Pero como había solamente dos ejemplares, tuve la precaución de elegirme uno para mí. Desde entonces siempre cito a Smiles en mis clases de Ética y Deontología.

 

En estos años lo he leído, subrayado y meditado varias veces. Es necesario agregar que mi amigo Héctor Constenla años después me regaló una edición de “El Carácter” aún mucho más antigua que las que yo había comprado. La última ocasión en que volví a releer la obra fue el mes pasado en que estando de vacaciones (como lo estoy desde marzo del año pasado gracias a la pandemia) aprovecho para leer más que nunca. En varias oportunidades he relatado sobre mi preferencia por los libros por encima de cualquier otra cosa. Pero, ahora, al volver a leerlo encuentro un capítulo de Smiles (el X) en el que habla de la compañía de los libros. No resisto la tentación de reproducir algunos párrafos del Capítulo que me parecen imperdibles:

 

Se puede conocer generalmente a una persona por los libros que lee, tanto como por las compañías que frecuenta; porque no hay una camaradería de libros como la hay de hombres; y se debe vivir siempre en la mejor compañía, tanto de libros como de hombres.

 

Un buen libro figura entre nuestros mejores amigos. Es hoy lo que siempre fue, y nunca cambiará. Es el compañero más paciente y entretenido. No nos vuelve la espalda en las épocas de adversidad o de tristeza. Nos recibe siempre con la misma benevolencia; nos divierte y enseña en la juventud y nos alivia y consuela en la vejez.

 

(…) “El libro es un vínculo de unión sincero y elevado. Los hombres pueden pensar, sentir y simpatizar uno con otro a través de su autor favorito. Viven juntos en él y él vive en ellos.

 

Los libros, decía Hazlitt, “soplan en el corazón; los versos del poeta se infiltran en la corriente de nuestra sangre. Los leemos siendo jóvenes, los recordamos cuando somos viejos. En sus páginas leemos lo que sucedió a otros, pero lo sentimos como si nos hubiese sucedido a nosotros mismos. Se encuentran en todas partes, buenos y baratos. No respiramos más que el aire de los libros. Les debemos todo a sus autores; sin ellos seríamos bárbaros”.